Prueba 2 - Nombre.
Notarán que éste post se ve diferente a los anteriores. Bueno, es porque estoy escribiéndolo desde la comodidad de mi computadora, en lugar de usar mi teléfono, como probablemente va a ser un 95% de las veces. En la descripción del blog, dice un nombre: Aldo. Mi nombre. Por dos segundos me puse a pensar en el significado de un nombre y me apetece hablar de ello por un rato.
Comencemos por lo obvio: ¿Qué es un nombre? Un nombre puede significar muchas cosas. Para muchos, es simplemente el sustantivo que nuestros padres utilizaron después de una consultada y deliberada discusión. Es, después de todo, la manera en la que ellos, nuestros familiares y el resto del mundo va a conocernos durante el resto de nuestras vidas (a menos, claro, que decidas cambiártelo después). Por otro lado, hay gente que quiere proyectar sus sueños fallidos en los nombres de sus criaturas y están aquellos que tienen un terrible gusto y una muy mala idea de lo que es tener un hijo y eligen nombres que, a falta de otras palabras, son meramente horribles. Todos hemos visto a las Yessicas, a los Brayan, a los Kevin, y, en una ocasión, un Yerico y una Kimberly. Tal cual.
Dejando de lado la burla, ¿qué significa tener un nombre? ¿Cuál es la verdadera naturaleza del nombre? Si nos vamos a lo superficial y mundano, un nombre es apenas un título, un pedazo de información que sirve a otros sistemas para que el individuo sea reconocido en un sistema aún más grande, al que posteriormente se le coloca una serie de números que irán con dicho individuo a lo largo de su vida, sin importar cuan larga o corta sea ésta vida. Sin embargo, hay otras formas de pensamiento alrededor del onomástico, además de que probablemente tienes el mismo nombre que miles y miles de personas en todo el mundo.
No es por ponerme pomposo ni filosófico, pero recuerdo escuchar alguna vez a Alejandro Jodorowsky (y no, discutir sus estupideces que suele decir en Twitter no es el tema en este momento) decir que para él, su nombre no significaba nada, que era nada más una serie de letras que sus padres le pusieron cuando él nació, pero que ahora él, siendo un hombre mayor (y algo chalado, cabe decir), su nombre carecía de valor, que su identidad no se limitaba a apenas un nombre. En otras culturas, por ejemplo, un nombre significaba que el individuo se hallaba destinado a ciertas cosas, dependiendo del día de nacimiento, su lugar en el calendario e incluso las condiciones climáticas o la posición de los astros en el cielo. Había una mística en torno al nombre que se ha perdido con los siglos. Un ejemplo de ello es que antes, el nombre era algo sagrado y protegido, algo que no debía decirse con toda la naturalidad del mundo, pues para muchas personas, tanto antiguas como actuales, las palabras tienen un poder más allá del que se le reconocen. De forma mundana como espiritual, un nombre importa mucho, porque saber el nombre de alguien implica que puedes tener control de la persona: es como abrirle la puerta a un extraño sólo porque éste te dedicó una sonrisa un día entre los días.
¿A qué va todo esto? A nada, en realidad. Es apenas una reflexión circular que me hago de vez en cuando, en momentos en los que realmente no tengo mucho en qué dejar ir mi mente. Tómese a colación que personalmente pienso que un nombre no es algo que deba decirse a la ligera, aún desde pequeño: evito en general decirle a mis amigos y conocidos por su nombre, a menos que no me quede de otra. Prefiero la informalidad y la semi anonimidad de no llamar a alguien directamente y usar vocablos como "¡oye!", "¡tú!", o el mexicanísimo "¡guey!". Solo cuando quiero hablar en serio con alguien es cuando me decido a llamarle por su nombre, dejando un pequeño momento de incomodidad en mí. ¿Ustedes piensan a menudo en su nombre? Y no sólo en su significado, como todo el mundo, sino lo que implica: la manera en la que diferentes personas lo utilizan, algunos de manera dulce y amable, mientras que otros lo dicen apretando los dientes, endureciendo la mandíbula, con odio y molestia. Deberían pensarlo más a menudo, después de todo. No digo que tomen a pecho mi extraña manía, pero pensar en cómo utilizamos los nombres puede ser algo digno de pensarse mientras están haciendo nada. Al menos a mí casi nadie me dice por mi nombre y eso me va bien, no sé ustedes.
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