Jueves, 1:05 am.
Jueves, 1:05 am.
No tengo sueño esta noche. No porque no pueda dormir, claro. Estoy seguro de que si me acostara, el sonido de la lluvia que cae desde hace algunas horas me arrullaría casi instantáneamente, siempre y cuando no se escuche el rumor de los rayos a lo lejos. En realidad, esta noche no tengo sueño porque algo bulle dentro de mi mente. Algo que no puedo terminar de descifrar, pero más que estar ahí, existiendo, siento cómo pica y muerde algo en el fondo de mi mente.
No puedo decir que sea una sensación placentera. Al fin y al cabo, se siente como una comezón que no puedo quitarme, que empieza por mi cabeza y baja por el cuerpo y no me deja en paz. Anoche sentí algo similar; estaba escribiendo sobre que me despertó una pesadilla en la que me estaba ahogando y luego deambulé por la casa un rato hasta que me senté a escribir y detallar mis horas de vigilia, pero tristemente mi laptop tuvo un pantallazo azul y borró todo. Fue imposible de recuperar. Fue molesto, sí, pero despertó algo en mí y me dejó escribir un poco. Escribir ahora mismo se siente como si estuviera usando un músculo que dejé de tonificar hace mucho tiempo. Está endurecido, falto de elasticidad; duele un poco ejercitarlo, la verdad. Y si les soy totalmente honesto, aún no sé si esto es solamente un destello de un eco lejano, si es nada más un one hit wonder.
Temo que aún pienso en que ya escribí todo lo que podía escribir en una vida y nada más saldrá de mi cerebro. No soy como los otros escritores que tienen carpetas llenas de ideas, pitches, historias por contar; no tengo un calendario donde diga de qué hora a qué hora puedo escribir, o un pizarrón con ideas de hacia dónde va la trama o qué necesito investigar para poder desarollar a los personajes. Mi "proceso" si quieren llamarlo así, siempre ha sido caótico, espontáneo, una visita de la musa que, como la hija de la chingada que es, no solamente viene cuando se le da la gana, sino que lo hace cuando precisamente no puedo dormir. No sé porqué, es algo que no puedo controlar. Sé que podría intentar armar un esquema, tratar de atrapar al rayo en la botella, pero sería falso, o al menos a mí me parecería falso y premeditado, incluso hipócrita. Y heme aquí, de vuelta, en una espiral que no se acaba, pensando porqué no puedo escribir más que cuando mi cerebro decide que no puedo dormir.
Anoche quería mencionar que recordé un poco mi adolescencia, cuando no podía dormir pero no podía moverme por temor a despertar a los demás. Donde mi única compañía era el sonido de los camiones pasando a lo lejos, por la carretera, iluminados por los faros amarillentos del camino. Me preguntaba siempre hacia dónde iban, si llevaban carga, si sólo viajaban sin ver o pensar realmente en el viaje o el destino, en especial cuando salían de la ciudad y se los tragaba la noche, que fuera de las ciudades siempre está tapizada de estrellas hasta donde se puede ver. Me imaginaba viajando de noche en uno de ellos, mirando el camino, las estrellas, absorbiendo el silencio (no es de sorprender que tengo una novela sobre un camionero, supongo) y aquello me relajaba, me hacía suspirar, aún cuando sólo mirara el techo de mi cuarto y escuchara con atención los sonidos de la noche. Tal como lo hago ahora, mientras afuera llueve y me encuentro una vez más frente a la computadora, aporreando teclas.
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