#RetoRayBradbury - Semana 15-
15.
-No puede pinches
ser- dije, quizás demasiado fuerte.
El Metro se detuvo apenas un segundo
después. Los que estábamos al frente escuchamos el crujir de algo, como si
rompieran un melón con un martillo, y alcancé a ver la mirada de horror del
conductor. La gente comenzó a gritar; especialmente las mujeres, histéricas,
que sollozaban y corrían para alejarse del andén, rogando no ver al muerto. Los
hombres alrededor empezaron a chiflar y a mentar madres, y escuché por lo menos
un "puta madre" a mis espaldas.
"Señores pasajeros, una muy
sincera disculpa, pero tenemos una situación en la estación; les rogamos
mantener la calma y abandonar el andén. Por su comprensión, gracias". Pero
nadie iba a hacerle caso. Viernes, quincena, lloviendo afuera.... claro que
nadie iba a largarse. Para ese momento, había valido madres todo. Ni nadie se
iba a ir, ni el metro iba a avanzar. Chingada madre.
Los policías llegaron unos minutos
después, como siempre, con sus pistolas al cinto y unos como palos de plástico en la mano, gritando
cosas como "a ver a su casa, cabrones, tengan respeto, a ver, señito,
hágase a un lado, si no ayuda, no estorbe". El tren se apagó y la gente
dentro del mismo abrió las puertas desesperadas, queriendo salir. Para entonces
todos estaban en su celular, reportando la situación: memes, quejas, avisos,
todo lo que se les ocurra. Hubo muchos que simplemente se salieron de la
estación y volvieron empapados; otros pidieron un Uber y se fueron sin
más. Yo me quedé porque mi único puto pasaje lo había gastado en treparme a
éste metro y ya no me quedaba de otra si quería llegar a mi casa. Para colmo,
iba sin lana. Así que me quedé ahí, al borde, con las manos frente a mí tocando
el tren, mientras esperaba a que quitaran al gracioso que decidió acabar con su
vida en hora pico.
Pasaron diez minutos, pasaron
veinte, treinta, cuarenta, ¿dónde chingados estaban? El calor era asqueroso e
insoportable: cientos de humanos en un delgado pedazo de piedra, esperando que
movieran el tren para que otro llegara igual de lleno y apestoso, con gente
sudorosa y enojada que también quería llegar a casa. Para entonces, los vendedores,
nada pendejos, sacaron paletas y congeladas para el calor. Hicieron su quincena
los cabrones ese día y yo viendo como pendejo, deseando tener algo para el
calor. Por suerte, los policías y los de la ambulancia llegaron y todos les
aplaudimos; la gente se hizo a un lado, apretando a los demás, y la gente de la
estación apagó la electricidad del carril. Los médicos bajaron, dejando a los
policías apartar a la gente y en algunos minutos subían un cuerpo debidamente
tapado con una manta blanca al andén. La gente chifló y aplaudió porque por fin
iban a irse. "Estimados usuarios, les pedimos una muy sincera
disculpa", dijo una voz por el sistema de audio. "Todos tenemos la
vida prestada y no sabemos cuándo se vaya a terminar. Les pedimos que vayan con
mucho cuidado a sus destinos y recuerden: siempre hay alguien que los está
esperando". Muy poético.
El tren se movió hasta colocarse en
la debida posición y abrió sus puertas. Nos empujamos como animales y por la
marejada terminé del otro lado, en la otra puerta, aplastado contra el vidrio.
Mi cuerpo bien pudo haberse roto de la presión de las otras cien personas que
querían entrar cuando apenas y cabíamos 50. Entonces la gente de adelante
empezó a gritar y no supe porqué. Se escuchaban asustados. Y cómo no, porque
para cuando alcancé a ver por la ventana, vi que el muerto se había levantado.
E iba hacia nosotros.
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