#RetoRayBradbury -Semana 9-
9.- Inmersión.
-Diez mil metros, señor- dijo Rogers.
El Capitán asintió, mirando todos los instrumentos. Afuera, la oscuridad era absoluta.
-Diez mil cien, diez mil doscientos, diez mil trescientos...- continuó Rogers, mientras los hombres contenían la respiración, incluido el Capitán. Eran los primeros que pasaban del Límite y no sabían en qué momento empezar a celebrar o mantenerse alerta. Estaban en territorio desconocido, después de todo.
-Diez mil ochocientos, diez mil novecientos... once mil metros, Señor. Llegamos-.
Los hombres suspiraron al mismo tiempo y la tensión se alejó de sus hombros por un momento. Uno gritó un "¡Viva!" Y los demás le secundaron.
-Muy bien, Jack. Descansemos un momento-, dijo el Capitán, a lo que Jack asintió y miró los instrumentos frente a él.
-Iniciando Protocolo de Estabilización. Sosténganse- dijo con una sonrisa, mientras de la parte inferior de la nave se abrieron compuertas que lanzaban pequeños espasmos de aire que detenían a la nave y evitaban que siguiera descendiendo. Nautilus. Una broma cruel de parte del Departamento de Marketing. Hacer realidad la ficción, las dichosas veinte mil leguas y toda esa mierda. Todos a bordo habían leído aquél libro por lo menos unas diez veces y la copia en la pequeña biblioteca del camarote del Capitánera una reliquia digna de veneración.
Nautilus, un proyecto de más de trescientos millones de dólares, pretendía explorar aquellos que nos estaba vetado a los humanos: el fondo del mar. La exploración espacial ya era anticuadasentenció Ibn-Lahad, príncipe del reino árabe de Nosequé, en palabras del Capitán, así que haremos algo nuevo y diferente. Aleaciones de plástico, metal y carbono sintético más resistente que cualquier otro metal, tecnología espacial llevada al máximo gracias al poder del petróleo y las mentes y oceanógrafos más grandes del planeta reunidos para planear lo que básicamente era hundir una nave y ver cuánto tiempo podría resistir mil atmósferas. Una mole de por lo menos 50 toneladas con compuertas de aire para que el hundimiento, aunque lento, fuese seguro, incluyendo todas las comodidades para los científicos y tripulantes: camarotes para dormir, una sala de recreación y un comedor donde todo debía comerse despacio y en bolsas por si acaso.
Allá abajo, pasando el Hadal y el Abismo, se encontraba lo Desconocido: una región de la que apenas podíamos saber por medio de los restos que de vez en cuando aparecían en la superficie, así como de la expedición de Cameron, que dejó ver que había algo más allá del fondo que él llegó a ver. Los cinco miembros de la tripulación del Nautilus pensaban, muy secretamente, que tarde o temprano se encontrarían con la puerta de entrada al Infierno.
Desde que habían bajado, habían notado que la gravedad se había tornado extraña: una mezcla de sentirse flotando en medio de la nada junto con una atracción que podría aplastar a edificios de más de cien pisos como si fueran una hoja de papel. De vez encuando, los crujidos alteraban a la tripulación, creyendo que había habido una brecha en el casco y la muerte sería tan aterradora que pensarla no le hacía justicia. Jack dejó los instrumentos y salió de la cabina para ir por un refrigerio. No había comido en por lo menos unas 17 horas, desde que habían dejado atrás al calamar gigante que encontraron en plena batalla con un cachalote. Decir que todos se habían "cagado en los pantalones" habría sido una analogía demasiado sencilla de no ser porque Fuchs, en efecto, se cagó de miedo en los pantalones. Ahora, sus pantalones yacían en el depósito de basura de la nave, envueltos en plástico hermético para que el olor y las bacterias no contaminen el ambiente.
Ahora mismo, a once mil metros bajo la superficie del océano, las risas causadas por la poca cantidad de helio en el oxígeno de la nave habían desaparecido y en su lugar quedó una inquietud perturbadora, especialmente por lo que podían ver afuera. Tras el cristal temperado que servía para darles escasa visibilidad, no podían ver absolutamente nada. Era noche cerrada en el fondo del mar: una noche sin estrellas en la que viajaban a ciegas, de no ser por las sondas de movimiento, los detectores de calor e infrarrojos, pero la nada que miraban con sus propios ojos, ciertamente los desorientaba.
El Capitán se quedó atrás mientras la tripulación acompañaba a Jack a comer. El hombre revisó todos los instrumentos, revisó la presión en los sectores de la nave, escribió un reporte y mandó el archivo electrónico codificado por una línea segura a Control de Misión, localizado a por lo que él sentía era otro planeta. El zumbido de los instrumentos y las computadoras se le metió en el cerebro y no lo dejaba pensar del todo bien, así que salió de la cabina, saludó a los demás con un gesto de la mano y se retiró a recostar. Dormir era importante, algo que ninguno de ellos había practicado desde la Inmersión, 36 horas antes. El resto de la tripulación le siguió y la nave entró en fase de descanso, apagando las luces de los pasillos principales e iluminando el suelo con una luz tenue y verdosa, la cual, creían ellos, no asustaría a las criaturas que habitaran más allá del Abismo. Mientras todos ellos dormían, permeó el zumbido de las máquinas que permitían su reposo.
La alarma despertó a la tripulación a las 0700 hora de Nueva York. Al compás de un swing con un solo de trompeta algo improvisado, los tripulantes se levantaron de sus camastros y se limpiaron lo mejor posible en una ducha de humedad, con la que debíanlimpiar sus cuerpos lo más rápido posible. Una hora más tarde, todos se reunieron en la cocina para preparar café, tocino, huevos e incluso panqueques, acompañados de jugo de naranja y una ligera dosis de rayos ultravioleta disminuidos para que el cuerpo nofuese afectado por la ausencia de luz solar. Charlaron alegremente y leían el New York Times edición de la mañana en las tabletas electrónicas desde donde podían comunicarse con sus seres queridos, siempre y cuando no hubiera mal clima en la superficie.
Después del desayuno, se vistieron con propiedad y comenzaron sus actividades diarias: cotejar todos los detalles captados sobre la noche anterior con los registros y revisar los compartimentos de la nave en busca de desperfectos: aún el más mínimo detalle fuera de orden podría tener un resultado fatal. La tarea duró por lo menos tres horas, revisando hasta el más mínimo detalle y comparando las notas captadas por los sensores durante las horas de sueño. Hasta ahora, podían notar actividad debajo de ellos: infinidad de formas pequeñas y grandes que se movían en medio de la oscuridad y no podían evitar en imaginar la sensación de moverse a través de una nada líquida a flor de piel, sin que sus cuerpos fuesen aplastados por la presión. Por supuesto, las criaturas que encontraban habían evolucionado hasta no necesitar de la vista (casi todos ellos eran ciegos de nacimiento) y utilizaban otros métodos para subsistir y moverse en su entorno: desde las luminscencias fosforescentes hasta reptar por el suelo marino y camuflajearse con el piso rocoso y lleno de arena, esperando pasar desapercibido o tomar por sorpresa a una presa incauta.
Aquella tarea duró, aproximadamente, de tres a cuatro horas. Para cuando el sol estaba en el cenit en la superficie, la tripulación encendió el comunicador de la nave y rock pesado sonó mientras todos se dedicaban a las labores de limpieza de la semana: fregar platos y vasos, barrer pisos, lanzar las bolsas de basura herméticas a la cámara de recolección desde donde subiría a la superficie en por lo menos 2 horas y bromear un rato mientras Control de Misión recopilaba y revisaba todo y mandaba las misivas del día. Hasta ahora, horas de audio y video codificados eran transmitidos a la superficie durante la noche y revisados por hombres y mujeres que trabajaban a marchas forzadas, tratando de sacar "algo" de toda la maraña de información que recibían. Para las dos de la tarde, hora de la superficie, estaban todos exhaustos en el comedor, esperando su ración del día: pan ligeramente más duro de lo normal con una sopa de hongos con un ligero regusto a pimienta y albahaca. A los ojos de todos, era un deleite. Mientras todos comían y bebían agua en silencio, se escuchó una señal de alarma del otro lado de la nave. Segundos después, la nave entera fue vapuleada y los hombres cayeron al suelo, asustados y mareados.
-Jack, informa- dijo el Capitán- ¿qué nos golpeó?-
-No lo sé, Señor- dijo el hombre, con un ligero tono de molestia- probablemente una piedra o algo así. Los radares no muestran nada-. El Capitán se introdujo el pan en la boca y bebió de un trago el resto de su sopa mientras se levantaba de la mesa y se movía en dirección a la sala de control. Todos le siguieron. Jonathan -biólogo marino de profesión desde los siete años- murmuró una grosería y al mismo tiempo llevó su mano al crucifijo que llevaba colgado en el cuello. Todos murmuraban porque no era posible que un animal tan grande pudiera vivir a tanta profundidad, especialmente porque no habría comida tan grande como para mantenerlo. Sin embargo, muchos de los tripulantes habían crecido escuchando historias sobre el fondo del mar: historias espeluznantes sobrecriaturas nunca antes vistas. Un miedo casi primitivo e infantil comenzó a hacerse sentir sobre todos ellos y por lo menos uno de los tripulantes tembló de escalofríos. Había algo allá afuera, les decía su instinto.
-Todos los radares desplegados- ordenó el Capitán- y todos a sus puestos. Si encontramos algo, valdrá la pena verlo-.
Jack y Jonathan tomaron asiento a la izquierda, revisando los radares infrarrojo y de movimiento. A la derecha de la cubierta, Winston y Deuce, ingenieros sin parangón y campeones de tenis en equipos, tomaron asiento y revisaron las cámaras alrededor dela nave, mientras encendían enormes faros de luz blanca que hendían la oscuridad. Deuce tomó control manual de las luces, moviéndolas directamente con un control directamente sacado de un videojuego: utilizando una palanca pequeña de plástico, movió las luces alrededor, dejando que el sistema de cámaras electrónicas recopilara cualquier cosa que se moviera. Aún con un alcance de 500 metros, la luz no logró encontrar nada. Los hombres permanecieron en silencio, tensos, esperando alguna respuesta de los computadores; pero lo único que recibían es un seco pitido del radar, indicando que no había nada de movimiento en por lo menos kilómetro y medio.
-¿Creen que haya sido un volcán hundido?- preguntó Winston-
-Negativo, no hay volcanes por aquí- respondió Jonathan- lo habríamos sabido antes de bajar y si hubiera uno activo cerca, los radares lo habrían detectado-.
-Muy bien, Jack, vámonos de aquí- dijo el Capitán-.
-Entendido, iniciando Secuencia de Inmersión- dijo el hombre, quien escribió algunos comandos en su computadora y comenzó el descenso nuevamente; de nuevo, la cabina se llenó de un rumor lejano mientras la inmersión comenzaba a mover toda la mole del Nautilus aún más abajo. La nave tenía una resistencia de por lo menos 20 mil metros bajo la superficie, pero a los 15 mil se esperaba que el funcionamiento de la nave fuese algo inestable y Jack no dudó en recordárselo al Capitán.
-Tranquilos, muchachos, no es más que teoría. Estaremos bien.
-Once mil trescientos, Capitán. Once mil cuatrocientos...-
Y así pasaron otras dos horas para que bajaran mil metros más bajo el nivel del mar. La oscuridad seguía siendo completamente insondable.
-Capitán, la radio perdió contacto- dijo Rogers.
-Está bien, nos preocuparemos por eso más tarde. Suelten a los topos- dijo el Capitán, mientras Deuce asentía y seleccionaba el comando correcto para lanzar tres sondas pequeñas del tamaño de platos a la oscuridad debajo de ellos. Utilizando la cámara de la parte de abajo, miraron con algo de aprehensión cómo los pequeños aparatos se perdían en la nada.
-¿Cuánto tiempo tenemos para usarlas antes de que se quiebren?-
-Tres horas, capitán-.
-Despleguen los motores-. Debajo, en la oscuridad, se encendió un pequeño motor que hizo que las sondas se hundiesen más rápido. Cada dos segundos, mandaban información a la nave principal hasta que inevitablemente fuesen destruidas por la presión del agua. Durante algunos minutos, los hombres estuvieron al pendiente de las sondas, completamente en silencio.
Como era de esperarse, la primera sonda que llegó a los 13 mil metros, comenzó a mostrar algo de estática antes de que se notara por apenas un instante un quiebre en la lente y la cámara se apagara para siempre. Era realmente desafortunado, ya que no habíaforma de recuperar la cámara destruida, pero al menos quedaría algo del hombre en la profundidad interminable del océano. Jack monitoreó el estatus de las otras dos sondas, realizando tecleos rápidos en su consola de comando y reacomodando las sondas paraque no se fueran con la breve corriente. Seguían una línea directa al Abismo. Mientras el Capitán y el resto de la tripulación contemplaban la grabación de las cámaras, una de ellas comenzó a vibrar y se apagó en apenas un instante. Los presentes se sobresaltaron y Deuce juró que había visto algo atacar a la sonda por apenas un instante antes de que se apagara. En ese momento, la nave se vapuleó de nuevo y derribó a los tripulantes, incluido el capitán, quien chocó contra el borde de un pequeño escalón de apoyo y su sangre comenzaba a gotear.
-¡A la enfermería, rápido!- gritó Winston, quien cargó al capitán en brazos y avanzó tan rápido como pudo, mientras Jonathan llegaba primero, abría los cajones y trataba de prepararse para cocer el cuero cabelludo. Después de unos minutos lograron acostar al capitán para que el golpe no le provocara un ataque y le inyectaron un poco de morfina para aplicarle la cura sin mayor contratiempo. Luego lo ataron al camastro con tiras de cuero para que no se cayera y Deuce se quedó con él, argumentando que no deseabavolver a la cabina.
-Chicos, tienen que venir a ver esto- declaró Jack por el megáfono, mientras los tripulantes se tomaban de los barandales que habían en cada pasillo por seguridad. Para cuando llegaron a cubierta, otra sacudida los derribó y tardaron un poco más de lo habitual en levantarse.
-¿¡Qué carajo está pasando, Rogers!?- gritó Winston.
-La Nautilus- dijo, completamente pálido-. -Estamos descendiendo y no lo puedo parar-.
Habían cruzado los catorce mil metros apenas hacía unas horas y la sirena de alarma no había dejado de sonar, aunado al color rojizo del sistema de emergencia. Una voz automática no dejaba de decirles que se aproximaban al punto crítico de resistenciade la nave. Una vez que pasaran de los quince mil, nadie podía saber qué iba a ocurrir. Jonathan entonó una letanía, pidiendo por las almas de todos los que estaban a bordo; Winston se preguntó si la presión sería tan potente que serían aplastados como si fueran una lata destruida por un martillo y Jack se aferraba a que la limitante de los quince mil metros era apenas una idea del fabricante. Después de todo, era lógica, pero nadie nunca había bajado tan profundo. Quizás estaban equivocados. Sí, quizá.
Afuera, no podían ver absolutamente nada. La luz que llevaron era completamente inútil contra aquella oscuridad total y la tenue luz rojiza del sistema de emergencia era imposible de ver por afuera, debido a los tintes que tenía el cristal, diseñados paraproveer de mayor resistencia a la nave.
-Catorce mil quinientos- dijo Jack. Sudaba copiosamente y miraba como un poseso los números que se mostraban ante él. Los minutos pasaban y los tripulantes se encontraban aterrorizados: no había forma de huir. Aún si utilizaban la cápsula de emergencia, no sabían si se dañaría o si pudieran escapar sin destruir toda la nave debido a la presión. O peor aún, que el proceso de inmersión ocurriera demasiado rápido y sus cuerpos se atrofiaran para siempre, sin mencionar el oxígeno artificial que habían estado respirando y que destruiría sus pulmones sin aclimatación previa.
-Catorce mil setecientos- sentenció Jack. Escucharon un crujido en el casco de la nave y la señal de alarma se disparó nuevamente. "Peligro. Daños menores en la coraza. Tomen sus precauciones".
-¿¡Dónde!?- gritó Winston-.
-El almacen, ¡vamos!. Corrieron y tomaron de los estantes de emergencia dos mangueras pequeñas que llevaban adhesivo plástico, el cual soportaría cualquier detalle con respecto a presión. Cuando encontraron la fuga, el suelo del almacén estaba ligeramente lleno hasta los pies de agua que pasaba a través de una fisura en la pared. Tomaron el adhesivo y pegaron lo mejor que pudieron para después utilizar el calentador y derretir el adhesivo, formando una pasta extremadamente dura y resistente. La señal de alarma disminuyó y optaron por sellar el almacén para evitar alguna otra eventualidad por ese frente.
-Chicos....-murmuró Jack, desde el megáfono- quince mil metros. Dios nos ayude-.
Desde la pantalla principal, Jack Rogers no podía creer lo que estaba mirando. Quince mil metros debajo de la superficie terrestre. Un mundo completamente a oscuras, algo que ni siquiera en el espacio puede llegar a ocurrir. La nada rodeándolos a él y a la nave y la extraña sensación de que algo estaba vigilándolos. Algo tan antiguo y tan grande que nunca podría salir a la superficie, porque si lo hiciera... ¡No quería ni pensar en eso! Rogers miró los radares mientras escuchaba el casco crujir en múltiples partes, llenándolo del más puro horror. Y entonces creyó ver algo frente a él, algo justo frente a la nave... Para cuando la tripulación había vuelto, Rogers yacía con la cabeza inclinada hacia atrás en la silla de comando. Sus cabellos se habían tornado blancos y en la mirada se podía percibir el horror de la muerte. Los hombres, agotados, tomaron el cuerpo de Rogers y lo dejaron en la parte de atrás, escuchando de nuevo la sirena de alarma, indicando que había nuevas brechas en la nave.
-No tenemos opción, hay que deshacernos de las partes comprometidas- dijo Winston.
-Pero sólo podemos hacerlo si los dos al mando están aquí y ahora- replicó Deuce.
-¡Haz lo que digo, imbécil!- gritó, golpeando el tablero. Aquél hombre estaba furioso y desesperado, así que fue a la Enfermería, ignorando el agua que comenzaba a encharcarse en los pasillos, tomó al Capitán y lo llevó a cubierta, donde hurgó en sus pantalones y sacó una llave electrónica con una inscripción en roja: "Sólo máximas emergencias". Mientras tanto, Jonathan tomó el cuerpo de Rogers y levantó la mano. Pusieron los pulgares de ambos en una cerradura electrónica e hicieron girar la llave en el dispositivo de emergencia, pero no pasó nada.
-¡Necesitamos la otra!- gritó Jonathan-.
-Revísalo- dijo Winston a Deuce, quien con asco en la cara hurgó en los pantalones del muerto y extrajo la llave. Colocaron las llaves en el dispositivo y la giraron al mismo tiempo. Entonces una alarma aún más fuerte que la anterior comenzó a sonar y en el tablero apareció la opción para deshacerse de ciertas salas de la nave. Al revisar en el sistema de seguridad, encontraron que el comedor, el almacén y la sala de empleados estaban casi inundadas, así que eligieron las tres y rogaron en su interior que pudiera ayudarles.
Un siseo permeó por toda la nave, mientras las salas elegidas comenzaban a ser removidas de oxígeno falso y se cerraban al vacío. Una sólida compuerta de metal dividió a las salas dañadas de las intactas y éstas se desanclaron de la nave, mientras la potenciade la misma aumentaba, dejando a las demás sin ninguna protección para el espectáculo que vino después: una a una, vieron cómo las salas comenzaban a comprimirse como si una mano gigante las aplastara. El ruido del metal reduciéndose era demasiado irritante y apagaron las cámaras antes de que éstas explotaran y el ruido fuese atronador. Ahora sólo quedaban dos salas en la nave y ellos seguían sumergiéndose.
-Tenemos que hacer algo, ¡ya casi llegamos a los dieciséis mil!- gritó Deuce, completamente histérico. No fue hasta que Winston le propinó un golpe en el rostro que volvió en sí y comenzó a llorar.
-Acérquenme a la consola- se escuchó detrás de ellos, mientras el Capitán comenzaba a levantarse despacio. Jonathan le ayudó a llegar a la consola y se sentó en la silla de Rogers. Comenzó a escribir despacio en la computadora hasta que una pantalla azulapareció, solicitando un nombre y contraseña. El Capitán escribió ambas lo más rápido que pudo y colocó su dedo pulgar en un escáner de huella digital. Cuando la computadora lo reconoció, sonrió antes de sentirse nuevamente mareado.
-Activé el protocolo de inmersión de emergencia- dijo el hombre, con los ojos vidriosos- sólo espero que tengamos suficiente energía- dijo en apenas un susurro, para después desmayarse y soltar su último respiro, al mismo tiempo que la sangre brotaba de su cráneo, ensuciando la consola de mando.
"Protocolo de Inmersión de Emergencia Activado. Esta situación no puede abortarse. Todo el personal, manténgase en cubierta". Eso decía la frase en el megáfono una y otra vez. Winston, Deuce y Jonathan se sentaron en sus lugares y miraron cómo la compuertase cerraba tras una puerta de metal y carbono. La luz roja se volvió perenne y sintieron otra sacudida más entre más salas de la Nautilus eran eliminadas, quedando solamente la sala de cubierta y el almacén de emergencia. La nave comenzó a virar lentamente a pesar de que seguían hundiéndose y el medido había llegado a los diecisiete mil metros de profundidad. De la nada, una grieta muy tenue apareció en uno de los vidrios de cubierta y Deuce presionó un botón de emergencia en la pared, haciendo que dos compuertas de carbono y metal bajaran sobre los vidrios. Estaban completamente a ciegas. De pronto, el sistema se detuvo y todas las luces se apagaron. Los tres hombres gritaron.
-¿¡Qué ocurre, qué pasa!?- gritó Deuce, totalmente histérico.
-El sistema se está reiniciando, creo- dijo Jonathan- va a transferir toda la energía a los motores para que nos saque de aquí.
En el silencio que los rodeaba, creyeron escuchar algo que rozó la nave por apenas unos instantes, al mismo tiempo que llegaba hasta sus oídos un zumbido extraño y denso. Los tres hombres, en la oscuridad, siguieron el zumbido con los ojos y los oídos, mientras se movía de un lado a otro de la nave. Asimismo, en su terror, creyeron escuchar que algo se colocaba encima del casco...
Los motores rugieron y las luces se encendieron de súbito, mientras la presión de toda la nave era dirigida a los motores y comenzaban un ascenso brusco, que se sentía casi como si fueran a viajar a otro planeta. Los hombres gritaron de alegría y Jonathan gritaba con júbilo el asenso: ¡Diecisiete mil cuatrocientos, Dieciséis mil ochocientos, dieciséis mil cuatrocientos, quince mil novecientos, catorce mil seiscientos, trece mil cien...!
-¡Hola, somos la Nautilus!- gritó Winston por el comunicador de radio, esperando una respuesta- ¡Vamos de vuelta, tenemos problemas!-.
Las compuertas de los vidrios retrocedieron y los dejaron ver que todavía estaban lejos de la superficie, pero se sentían más y más seguros de que volverían y que jamás en sus vidas volverían a acercarse al océano.
-¡Doce mil metros, Once mil novecie-! -una sacudida los hizo estremecer a todos y a la nave misma, para después detenerse en seco.
-¡¿Qué pasa!? ¡No sé, se detuvieron los motores! ¡Pero aún los escucho, carajo! ¡¿Qué carajos está pasando!?
-Oigan.... miren- dijo Jonathan, apuntando con horror la cámara de la última sonda. La sonda tenía frente a ella algo que era casi indescriptible para los tripulantes: una especie de escama gigante y verdosa que reflejaba la luz de la sonda. La escamacomenzó a moverse y de la nada fue destruida, pero para entonces, ninguno de los tripulantes estaba vivo para ver el triste final de aquella máquina, pues habían muerto al contemplar a la criatura que había detenido a la Nautilus. La criatura brillaba en aquellaoscuridad con un tono verdoso y desagradable, pero tenía manos prensiles con las que pudo atrapar la extraña nave y aplastarla como si fuera apenas un juguete. Entonces la criatura miró hacia arriba y supo que su momento había llegado, así que desplegó un par gigantesco de alas y lanzó un rugido que se escuchó en todo el mundo, mientras lentamente ascendía a la superficie.
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