#RetoRayBradbury -Semana 1-

Terranova.



El frío en cubierta era simplemente atroz, pensó el muchacho. Envuelto en una ligera capa, su vaho se perdía en el albor de una mañana en la que había comenzado a nevar temprano. Las aguas se mecían despacio, casi con flojera, mientras la quilla del barco rompía casi con respeto las olas del mar del Norte. El muchacho trepó usando los aparejos y cuerdas del palo mayor mordiéndose los dientes del dolor que sentían sus fríos dedos hasta que llegó al nido y revisó el horizonte: nada. Bruma, nada más. 

Abajo, los marineros empezaron su usual jerga de órdenes y groserías, mezcladas con la risa ebria del contramaestre y las risas de la tripulación. Los hombres se habían acostumbrado a dejar sus esteras y hamacas temprano para salir al aire invernal, doloroso para sus pulmones, mientras juntaban las cuerdas, revisaban el curso y preparaban estofado en la proa del barco, donde una fila de hambrientos colonos esperaban su plato de potaje de la mañana. Dos comidas, había sentenciado el capitán hacía tres noches, dos comidas y nada más. Falta mucho para el Nuevo Mundo.

El muchacho bajó de nuevo a cubierta y se asomó por uno de los bordes del barco: ver la nieve caer al mar para luego desaparecer era una vista inquietante para él, quien apenas hacía unos meses se preparaba para recibir el invierno en casa: cortó leña y la apiló cuidadosamente en el granero; juntó paja y acomodó el granero para que la vaca y las gallinas pudieran vivir un invierno más  y dejó en el cobertizo las herramientas de cosecha, las cuales se quedarían guardadas por una temporada más, listas para desperezarse cuando la escarcha finalmente se hubiera ido. Y ahora contemplaba el mar, absorto, pensativo, sin saber realmente qué hacer.

El viento agitaba su capa y su cabello, como el delicado toque de una madre, mientras el joven sólo podía pensar en lo que había en el horizonte. Un futuro, era lo más importante para él: quizás una casa de madera o piedra, en la que pudiera tener una familia y una parcela para él y los suyos. Poder cosechar todos los vegetales que quisiera sin tener que pagar impuestos o excesivas levas y cazar animales para guardarlos en salmuera y poder comerlos cuando quisiera. ¡Carne de verdad! El joven suspiraba al imaginarse la grasa cayendo en el fuego en una noche estrellada y despejada, lejos del humo de la ciudad; un olor fresco y agradable, uno que no pareciera en absoluto a la mugre pastosa que respiraba en la vieja Londres. Se imaginó descubriendo lugares remotos y antiguos, de los cuales había escuchado en historias de su infancia; llevar una piel que él mismo hubiera cuidado tras una gloriosa caza. El joven no era el único, claro: el barco estaba lleno de sueños, cada uno tan diferente pero todos con una única meta: la libertad de cada uno de sus portadores.

El clima continuó en una bruma densa por tres días. El mar apenas lograba distinguirse en el fondo del barco, pero su movimiento era sincopado, despacio, lo que hacía que los tripulantes caminaran ligeramente mareados o con los pies ligeros. El capitán llevaba ya días ebrio en su camarote, pensando que no llegarían, que ya venía la tormenta, la cruel tempestad, que su barco y él se irían al fondo de un congelado océano y sus cuerpos quedarían inamovibles para siempre entre el hielo y la oscuridad. El ron despejaba su miedo y lo mecía, satisfecho, en una empresa en la que realmente nunca creyó. Partió a un mundo del que sabría no iba a retornar, pero estaba bien: no quedaba nada tras de él. En la comodidad de su camarote, el capitán rogó para sí que llegaran a un lugar cálido, uno donde pudiera sentarse en el suelo y agradecer a Dios por dejarle vivir, mas no se dejaba engañar tan fácil: ya habían muerto algunas decenas de tripulantes, incluidos mujeres y niños, debido al frío o a las enfermedades. Dentro de sí, en el estupor del alcohol, el hombre temía por su vida. Se sentía, más que nunca, realmente solo.

-"¡Tierra a la vista!"- se escuchó una mañana, en la que los rayos del Sol hendieron la bruma y dejaron ver a lo lejos un pedazo de tierra que se extendía en todo el horizonte. La gente salió espantada de sus habitaciones, cubiertos con mantas o frazadas, ignorando el frío en la madera de la cubierta, asomándose hacia el frente. Gritos, saltos, aleluyas, por primera vez en la historia, se escucharon sonidos humanos tan fuertes en un lugar como aquél. Horas más tarde, el barco dejó caer el ancla y un bote explorador descendió a las frías aguas. El capitán y un par de miembros de la tripulación, así como el fraile a bordo y dos hombres más, remaron durante al menos una hora hasta que el bote se detuvo en la arena de una playa rocosa y escarpada. Frente a ellos, no había más que bosques tapizados de nieve hasta donde alcanzaba la vista. Escucharon el movimiento de un animal grande que huía, posiblemente un ciervo, y los hombres cayeron al suelo llorando, pidiendo gracias al Señor por sus bondades. El fraile, rápidamente, lanzó un poco de agua bendita que llevaba en una pequeña cantimplora y bautizó a la tierra como Terranova: el nuevo Edén.  El capitán tomó de su saco de viaje una bandera doblada de manera burda y la amarró a la empuñadura de su espada, clavando la espada en la tierra virgen. "¡Por Dios y por la Reina!". Los hombres que iban con él gritaron al unísono. 

En su alegría, no imaginaban que su acto cambiaría el destino del mundo para siempre, sino que, en su alegre ignorancia, obviaron el hecho de que una pequeña columna de humo se alzaba al suroeste, y que ahora, decenas de ojos estaban a punto de abalanzarse sobre ellos.

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